Por muchos años, siendo un hombre orgulloso y abiertamente gay, siempre se me han acercado para preguntarme todo acerca de mi identidad, desde el insidioso cuestionamiento de mi “preferencia” hasta la curiosidad más inofensiva sobre mi experiencia como miembro de la comunidad LGBTQ+. Personalmente, he tenido el privilegio de escuchar muchas historias de muchos amigos y conocidos sobre su primer beso, o la primera cita, pero la única pregunta que nunca puedo responder del todo es: “Jerick, ¿cuándo saliste del clóset?”. La realidad de mi historia es que, mientras examino mi memoria para encontrar algún rastro de mi experiencia saliendo del clóset, no se me ocurre nada, porque la verdad es que, y esta es mi primera confesión oficial en el Waterverso, en realidad nunca salí del armario.
Ahora, estoy seguro de que ustedes piensan que este es el escenario ideal para cada individuo LGBTQIA+, un mundo donde la gente ni siquiera tiene que salir del armario porque somos amados y aceptados por lo que somos, bla bla – muy lindo, pero nada más lejos de la realidad. Mi verdad puede ser un poco más turbia que el deseo optimista de que algún día esta realidad sea alcanzable para todos. Para muchos, salir del clóset sirve como una especie de transformación, como la famosa alegoría de una oruga que saca sus alas y sale volando como una colorida mariposa; para otros, esta etapa de sus vidas encierra un espacio de trauma, dolor y desilusión; a veces incluso peor que eso. Para muchos, sin embargo, salir del armario es en realidad un abrazo entre lágrimas con su verdadero yo y con las comunidades que les apoyaron, aunque estas historias todavía siguen siendo un tanto escasas. Las historias sobre salir del armario son todas muy personales, específicas y de ninguna manera están escritas en piedra, porque, al igual que graduarse de la escuela secundaria, este proceso es solo el comienzo de la parte más difícil de la vida de cualquier persona LGBTQ+.
Déjame pintarte un pequeño cuadro de por qué no tengo una historia tradicional para salir del armario. Crecí en un campo de Puerto Rico; siendo el menor de cuatro hermanos, siempre he tenido la teoría de que haber comenzado a expresar características y gustos LGBTQ desde temprana edad nunca fue rechazado por mis padres porque éstos ya estaban cansados de criar a mis otros hermanos, así que siempre he sentido que este aspecto siempre jugó a mi favor. Mi comunidad era como cualquier comunidad hispana en todas partes: católica, conservadora, profundamente informada sobre el paradero de todos y nunca tímida de ofrecer opiniones no solicitadas sobre todo lo que pasaba bajo el sol caliente de la isla. Nunca tuve novia, nunca; siempre estuve rodeado de chicas en la escuela, y ciertamente prefería estar en su compañía que tener que compensar dolorosamente la frágil masculinidad de los chicos “cool” de la esquina… ya sabes, los bravucones. Me llamaban maricón y pato, además de los numerosos gestos infantiles con las manos a mis espaldas; sin embargo, nunca experimenté acciones que atentaran contra mi seguridad física. Recuerda que, incluso en mis años adolescentes, nunca había sentido la necesidad de expresar que era gay. Sin embargo, en casa me sentí seguro, protegido y amado, y mi vida era sumamente normal. Incluso cuando comencé a traer a mis “amigos” a casa, mi familia siempre fue acogedora e inclusiva, dado que, por supuesto, nos comportáramos como “amigos”. Sin embargo, surgía una dinámica interesante cuando mi “amigo” y mi familia salíamos en público. Las cosas se tornaban un poco más tensas, secas y menos entusiasmadas. Curiosamente, el concepto de salir del armario no es solo un proceso individual, sino que también hay una historia comunitaria al respecto.
Recientemente, mientras disfrutaba de una actividad de Pride con mi amiga Ángela Martínez, ella me educó sobre lo que representa el proceso de salida del clóset para las familias, un concepto que aprendí allí mismo por primera vez y que reunió muchos matices sobre lo que significa trabajar nuestras identidades, junto a nuestras comunidades (familia incluida) en el proceso. Ángela mencionó que para los padres de niños LGBTQ, existe un largo proceso para comprender lo que esto implica, cómo abordar las preguntas y miradas de otros familiares y amigos. Este proceso puede llevar mucho tiempo, y si la familia decide resolverlo en privado o solicitar apoyo de un asesor de confianza, llega a determinar tanto la agonía o el alivio del que están hechas las historias que tanto conocemos. Creo que, para mis padres, pasó un tiempo entre el período de negación y el shock al darse cuenta de que no habría nuera viniendo de mi lado en el corto plazo, un período de tiempo en el que yo, sin siquiera tocar el capítulo sobre la “salir del clóset”, me mudé y comencé mi vida lejos de esa comunidad. Ahora bien, tampoco quiero que piensen en mi familia como una entidad distante de la que vivo alejado; mi relación con mi familia es hoy más fuerte que nunca y nunca hemos estado enajenados emocionalmente, ni mucho menos ausentes.
Esta dicotomía, donde nunca me sentí presionado ni tampoco reprimido para salir del clóset, es un área gris que siempre me ha hecho cuestionarme cómo me habría sentido si alguna vez sintiera que fuera necesario, útil o transformador. Incluso a medida que pasó el tiempo y de visita con mi familia y mi comunidad, lo sentí cada vez menos como un ritual necesario para mí, y supongo que eso es a lo que la gente se refiere cuando dice que salir del closet es algo muy personal e individual. Sin embargo, las historias que he escuchado han dado forma a mi visión sobre la necesidad absoluta de promover mayor visibilidad, porque esas son las historias que rompen el molde, modifican las reglas y ayudan a más mentes a comprender las maravillas de los espacios seguros; esos espacios tan necesarios en los pueblos y en los corazones.
Debido a que finalmente me siento en el espacio más seguro que jamás haya tenido, es hora de que finalmente tome el paso y cree mi propia historia así que…
Mami, papi, familia: ¡Soy feliz!